The Poems of Octavio Paz
of the ladder of contemplation
—and the Florentine: it is an accident
—and the other: it is no virtue
but it is born of that which is perfection
—and the others: a fever, an aching,
a struggle, a fury, a stupor,
a fancy. Desire invents it,
mortifications and deprivations give it life,
jealousy spurs it on,
custom kills it. A gift,
a sentence. Rage, holiness.
It is a knot: life and death. A wound
that is the rose of resurrection.
It is a word: saying it, we say ourselves.
Love begins in the body
—where does it end? If it is a ghost,
it is made flesh in a body: if it is a body,
it vanishes at a touch. Fatal mirror:
the desired image disappears,
you drown in your own reflections.
A banquet for shades.
Apparition: the moment has eyes and a body,
it watches me. In the end life has a face and a name.
To love: to create a body from a soul,
to create a soul from a body,
to create a you from a presence. To love:
to open the forbidden door, the passageway
that takes us to the other side of time.
The moment: the opposite of death,
our fragile eternity.
To love is to lose oneself in time,
to be a mirror among mirrors. It is idolatry:
to deify a creature
and to call eternal that which is worldly.
All of the forms of flesh
are daughters of time, travesties.
Time is evil, the moment
is the Fall; to love is to hurl down:
interminably falling, the coupled we
is our abyss. The caress:
hieroglyph of destruction.
Lust: the mask of death.
To love: a permutation, barely an instant
in the history of primogenial cells
and their innumerable divisions. Axis
of the rotation of the generations.
Invention, transfiguration:
the girl turns into a fountain,
her hair becomes a constellation,
a woman asleep, an island. Blood:
music in the branches of the veins, touch:
light in the night of the bodies.
Transgression
of nature’s fatality, hinge
that links freedom and fate, question
engraved on the forehead of desire:
accident or predestination?
Memory, a scar:
—from where were we ripped out? a scar,
memory, the thirst for presence, an attachment
to the lost half. The One
is the prisoner of itself, it is,
it only is, it has no memory,
it has no scars: to love is two,
always two, the embrace and the struggle,
two is the longing to be one,
and to be the other, male or female, two knows no rest,
it is never complete, it whirls
around its own shadow, searching
for what we lost at birth,
the scar opens: fountain of visions,
two: arch over the void,
bridge of vertigoes, two:
mirror of mutations.
3.
Love, timeless island,
island surrounded by time, clarity
besieged by night. To fall
is to return, to fall is to rise.
To live is to have eyes in one’s fingertips,
to touch the knot tied
by stillness and motion. The art of love
—is it the art of dying? To love
is to die and live again and die again:
it is liveliness. I love you
because I am as mortal
as you are. Pleasure wounds,
the wound flowers.
In the garden of caresses
I clipped the flower of blood
to adorn your hair.
The flower became a word.
The word burns in my memory.
Love: reconciliation with the Great All
and with the others, the small endless
all. To return to the day of origin.
To the day that is today.
The afternoon founders.
Street lamps and headlights
drill through the night. I write:
I talk to you: I talk to me.
With words of water, fire, air, and earth
we invent the garden of glances.
Miranda and Ferdinand gaze forever
into each other’s eyes
until they turn to stone. A way of dying
like others. High above
the constellations always write
the same word; we,
here below, write
our mortal names. The couple
is a couple because it has no Eden.
We are exiles from the Garden,
we are condemned to invent it,
to nurture our delirious flowers,
living jewels we clip
to adorn a throat. We are condemned
to leave the Garden behind: before us
is the world.
CODA
Perhaps to love is to learn
to walk through this world.
To learn to be silent
like the oak and the linden of the fable.
To learn to see.
Your glance scatters seeds.
It planted a tree. I talk
because you shake its leaves.
* * * *
Decir: hacer
A Roman Jakobson
1.
Entre lo que veo y digo,
entre lo que digo y callo,
entre lo que callo y sueño,
entre lo que sueño y olvido,
la poesía. Se desliza
entre el sí y el no: dice
lo que callo, calla
lo que digo, sueña
lo que olvido. No es un decir:
es un hacer. Es un hacer
que es un decir. La poesía
se dice y se oye: es real.
Y apenas digo es real,
se disipa. ¿Así es más real?
2.
Idea palpable, palabra
impalpable: la poesía
va y viene entre lo que es
y lo que no es. Teje reflejos
y los desteje. La poesía
siembra ojos en la página,
siembra palabras en los ojos.
Los ojos hablan, las palabras miran,
las miradas piensan. Oír
los pensamientos, ver
lo que decimos, tocar
el cuerpo de la idea. Los ojos
se cierran, las palabras se abren.
Bashō-An
El mundo cabe
en diecisiete sílabas:
tú en esta choza.
Troncos y paja:
por las rendijas entran
Budas e insectos.
Hecho de aire
entre pinos y rocas
brota el poema.
Entretejidas
vocales, consonantes:
casa del mundo.
Huesos de siglos,
penas ya peñas, montes:
aquí no pesan.
 
; Esto que digo
son apenas tres líneas:
choza de sílabas.
de Al vuelo (1)
Naranja
Pequeño sol
quieto sobre la mesa,
fijo mediodía.
Algo le falta: noche.
Alba
Sobre la arena
escritura de pájaros:
memorias del viento.
Estrellas y grillo
Es grande el cielo
y arriba siembran mundos.
Imperturbable,
prosigue en tanta noche
el grillo berbiquí.
Calma
Luna, reloj de arena:
la noche se vacía,
la hora se ilumina.
Viento, agua, piedra
A Roger Caillois
El agua horada la piedra,
el viento dispersa el agua,
la piedra detiene al viento.
Agua, viento, piedra.
El viento esculpe la piedra,
la piedra es copa del agua,
el agua escapa y es viento.
Piedra, viento, agua.
El viento en sus giros canta,
el agua al andar murmura,
la piedra inmóvil se calla.
Viento, agua, piedra.
Uno es otro y es ninguno:
entre sus nombres vacíos
pasan y se desvanecen
agua, piedra, viento.
Entre irse y quedarse
Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.
La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.
Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.
Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.
Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.
Este lado
A Donald Sutherland
Hay luz. No la tocamos ni la vemos.
En sus vacías claridades
reposa lo que vemos y tocamos.
Yo veo con las yemas de mis dedos
lo que palpan mis ojos: sombras, mundo.
Con las sombras dibujo mundos,
disipo mundos con las sombras.
Oigo latir la luz del otro lado.
Hermandad
Homenaje a Claudio Ptolomeo
Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.
Hablo de la ciudad
A Eliot Weinberger
novedad de hoy y ruina de pasado mañana, enterrada y resucitada cada día,
convivida en calles, plazas, autobuses, taxis, cines, teatros, bares, hoteles, palomares, catacumbas,
la ciudad enorme que cabe en un cuarto de tres metros cuadrados inacabable como una galaxia,
la ciudad que nos sueña a todos y que todos hacemos y deshacemos y rehacemos mientras soñamos,
la ciudad que todos soñamos y que cambia sin cesar mientras la soñamos,
la ciudad que despierta cada cien años y se mira en el espejo de una palabra y no se reconoce y otra vez se echa a dormir,
la ciudad que brota de los párpados de la mujer que duerme a mi lado y se convierte,
con sus monumentos y sus estatuas, sus historias y sus leyendas,
en un manantial hecho de muchos ojos y cada ojo refleja el mismo paisaje detenido,
antes de las escuelas y las prisiones, los alfabetos y los números, el altar y la ley:
el río que es cuatro ríos, el huerto, el árbol, la Varona y el Varón vestidos de viento
—volver, volver, ser otra vez arcilla, bañarse en esa luz, dormir bajo esas luminarias,
flotar sobre las aguas del tiempo como la hoja llameante del arce que arrastra la corriente,
volver, ¿estamos dormidos o despiertos?, estamos, nada más estamos, amanece, es temprano,
estamos en la ciudad, no podemos salir de ella sin caer en otra, idéntica aunque sea distinta,
hablo de la ciudad inmensa, realidad diaria hecha de dos palabras: los otros,
y en cada uno de ellos hay un yo cercenado de un nosotros, un yo a la deriva,
hablo de la ciudad construida por los muertos, habitada por sus tercos fantasmas, regida por su despótica memoria,
la ciudad con la que hablo cuando no hablo con nadie y que ahora me dicta estas palabras insomnes,
hablo de las torres, los puentes, los subterráneos, los hangares, maravillas y desastres,
el Estado abstracto y sus policías concretos, sus pedagogos, sus carceleros, sus predicadores,
las tiendas en donde hay de todo y gastamos todo y todo se vuelve humo,
los mercados y sus pirámides de frutos, rotación de las cuatro estaciones, las reses en canal colgando de los garfios, las colinas de especias y las torres de frascos y conservas,
todos los sabores y los colores, todos los olores y todas las materias, la marea de las voces—agua, metal, madera, barro—, el trajín, el regateo y el trapicheo desde el comienzo de los días,
hablo de los edificios de cantería y de mármol, de cemento, vidrio, hierro, del gentío en los vestíbulos y portales, de los elevadores que suben y bajan como el mercurio en los termómetros,
de los bancos y sus consejos de administración, de las fábricas y sus gerentes, de los obreros y sus máquinas incestuosas,
hablo del desfile inmemorial de la prostitución por calles largas como el deseo y como el aburrimiento,
del ir y venir de los autos, espejo de nuestros afanes, quehaceres y pasiones (¿por qué, para qué, hacia dónde?),
de los hospitales siempre repletos y en los que siempre morimos solos,
hablo de la penumbra de ciertas iglesias y de las llamas titubeantes de los cirios en los altares,
tímidas lenguas con las que los desamparados hablan con los santos y con las vírgenes en un lenguaje ardiente y entrecortado,
hablo de la cena bajo la luz tuerta en la mesa coja y los platos desportillados,
de las tribus inocentes que acampan en los baldíos con sus mujeres y sus hijos, sus animales y sus espectros,
de las ratas en el albañal y de los gorriones valientes que anidan en los alambres, en las cornisas y en los árboles martirizados,
de los gatos contemplativos y de sus novelas libertinas a la luz de la luna, diosa cruel de las azoteas,
de los perros errabundos, que son nuestros franciscanos y nuestros bhikkus, los perros que desentierran los huesos del sol,
hablo del anacoreta y de la fraternidad de los libertarios, de la conjura de los justicieros y de la banda de los ladrones,
de la conspiración de los iguales y de la sociedad de amigos del Crimen, del club de los suicidas y de Jack el Destripador,
del Amigo de los Hombres, afilador de la guillotina, y de César, Delicia del Género Humano,
hablo del barrio paralítico, el muro llagado, la fuente seca, la estatua pintarrajeada,
hablo de los basureros del tamaño de una montaña y del sol taciturno que se filtra en el polumo,
de los vidrios rotos y del desierto de chatarra, del crimen de
anoche y del banquete del inmortal Trimalción,
de la luna entre las antenas de la televisión y de una mariposa sobre un bote de inmundicias,
hablo de madrugadas como vuelo de garzas en la laguna y del sol de alas transparentes que se posa en los follajes de piedra de las iglesias y del gorjeo de la luz en los tallos de vidrio de los palacios,
hablo de algunos atardeceres al comienzo del otoño, cascadas de oro incorpóreo, transfiguración de este mundo, todo pierde cuerpo, todo se queda suspenso,
la luz piensa y cada uno de nosotros se siente pensado por esa luz reflexiva, durante un largo instante el tiempo se disipa, somos aire otra vez,
hablo del verano y de la noche pausada que crece en el horizonte como un monte de humo que poco a poco se desmorona y cae sobre nosotros como una ola,
reconciliación de los elementos, la noche se ha tendido y su cuerpo es un río poderoso de pronto dormido, nos mecemos en el oleaje de su respiración, la hora es palpable, la podemos tocar como un fruto,
han encendido las luces, arden las avenidas con el fulgor del deseo, en los parques la luz eléctrica atraviesa los follajes y cae sobre nosotros una llovizna verde y fosforescente que nos ilumina sin mojarnos, los árboles murmuran, nos dicen algo,
hay calles en penumbra que son una insinuación sonriente, no sabemos adónde van, tal vez al embarcadero de las islas perdidas,
hablo de las estrellas sobre las altas terrazas y de las frases indescifrables que escriben en la piedra del cielo,
hablo del chubasco rápido que azota los vidrios y humilla las arboledas, duró veinticinco minutos y ahora allá arriba hay agujeros azules y chorros de luz, el vapor sube del asfalto, los coches relucen, hay charcos donde navegan barcos de reflejos,
hablo de nubes nómadas y de una música delgada que ilumina una habitación en un quinto piso y de un rumor de risas en mitad de la noche como agua remota que fluye entre raíces y yerbas,
hablo del encuentro esperado con esa forma inesperada en la que encarna lo desconocido y se manifiesta a cada uno:
ojos que son la noche que se entreabre y el día que despierta, el mar que se tiende y la llama que habla, pechos valientes: marea lunar,
labios que dicen sésamo y el tiempo se abre y el pequeño cuarto se vuelve jardín de metamorfosis y el aire y el fuego se enlazan, la tierra y el agua se confunden,
o es el advenimiento del instante en que allá, en aquel otro lado que es aquí mismo, la llave se cierra y el tiempo cesa de manar: