madre del mundo, huérfana de mí,

  abnegada, feroz, obtusa, providente,

  jilguera, perra, hormiga, jabalina,

  carta de amor con faltas de lenguaje,

  mi madre: pan que yo cortaba

  con su propio cuchillo cada día.

  Los fresnos me enseñaron,

  bajo la lluvia, la paciencia,

  a cantar cara al viento vehemente.

  Virgen somnílocua, una tía

  me enseñó a ver con los ojos cerrados,

  ver hacia dentro y a través del muro.

  mi abuelo a sonreír en la caída

  y a repetir en los desastres: al hecho, pecho.

  (Esto que digo es tierra

  sobre tu nombre derramada: «blanda te sea».)

  Del vómito a la sed,

  atado al potro del alcohol,

  mi padre iba y venía entre las llamas.

  Por los durmientes y los rieles

  de una estación de moscas y de polvo

  una tarde juntamos sus pedazos.

  Yo nunca pude hablar con él.

  Lo encuentro ahora en sueños,

  esa borrosa patria de los muertos.

  Hablamos siempre de otras cosas.

  Mientras la casa se desmoronaba

  yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza

  entre escombros anónimos.

  Días

  como una frente libre, un libro abierto.

  No me multiplicaron los espejos

  codiciosos que vuelven

  cosas los hombres, número las cosas:

  ni mando ni ganancia. La santidad tampoco:

  el cielo para mí pronto fue un cielo

  deshabitado, una hermosura hueca

  y adorable. Presencia suficiente,

  cambiante: el tiempo y sus epifanías.

  No me habló dios entre las nubes;

  entre las hojas de la higuera

  me habló el cuerpo, los cuerpos de mi cuerpo.

  Encarnaciones instantáneas:

  tarde lavada por la lluvia,

  luz recién salida del agua,

  el vaho femenino de las plantas

  piel a mi piel pegada: ¡súcubo!

  —como si al fin el tiempo coincidiese

  consigo mismo y yo con él,

  como si el tiempo y sus dos tiempos

  fuesen un solo tiempo

  que ya no fuese tiempo, un tiempo

  donde siempre es ahora y a todas horas siempre,

  como si yo y mi doble fuesen uno

  y yo no fuese ya.

  Granada de la hora: bebí sol, comí tiempo.

  Dedos de luz abrían los follajes.

  Zumbar de abejas en mi sangre:

  el blanco advenimiento.

  Me arrojó la descarga

  a la orilla más sola. Fui un extraño

  entre las vastas ruinas de la tarde.

  Vértigo abstracto: hablé conmigo,

  fui doble, el tiempo se rompió.

  Atónita en lo alto del minuto

  la carne se hace verbo—y el verbo se despeña.

  Saberse desterrado en la tierra, siendo tierra,

  es saberse mortal. Secreto a voces

  y también secreto vacío, sin nada adentro:

  no hay muertos, sólo hay muerte, madre nuestra.

  Lo sabía el azteca, lo adivinaba el griego:

  el agua es fuego y en su tránsito

  nosotros somos sólo llamaradas.

  La muerte es madre de las formas . . .

  El sonido, bastón de ciego del sentido:

  escribo muerte y vivo en ella

  por un instante. Habito su sonido:

  es un cubo neumático de vidrio,

  vibra sobre esta página,

  desaparece entre sus ecos.

  Paisajes de palabras:

  los despueblan mis ojos al leerlos.

  No importa: los propagan mis oídos.

  Brotan allá, en las zonas indecisas

  del lenguaje, palustres poblaciones.

  Son criaturas anfibias, son palabras.

  Pasan de un elemento a otro,

  se bañan en el fuego, reposan en el aire.

  Están del otro lado. No las oigo, ¿qué dicen?

  No dicen: hablan, hablan.

  Salto de un cuento a otro

  por un puente colgante de once sílabas.

  Un cuerpo vivo aunque intangible el aire,

  en todas partes siempre y en ninguna.

  Duerme con los ojos abiertos,

  se acuesta entre las yerbas y amanece rocío,

  se persigue a sí mismo y habla solo en los túneles,

  es un tornillo que perfora montes,

  nadador en la mar brava del fuego

  es invisible surtidor de ayes,

  levanta a pulso dos océanos,

  anda perdido por las calles

  palabra en pena en busca de sentido,

  aire que se disipa en aire.

  ¿Y para qué digo todo esto?

  Para decir que en pleno mediodía

  el aire se poblaba de fantasmas,

  sol acuñado en alas,

  ingrávidas monedas, mariposas.

  Anochecer. En la terraza

  oficiaba la luna silenciaria.

  La cabeza de muerto, mensajera

  de las ánimas, la fascinante fascinada

  por las camelias y la luz eléctrica,

  sobre nuestras cabezas era un revoloteo

  de conjuros opacos. «¡Mátala!»

  gritaban las mujeres

  y la quemaban como bruja.

  Después, con un suspiro feroz, se santiguaban.

  Luz esparcida, Psique . . .

  ¿Hay mensajeros? Sí,

  cuerpo tatuado de señales

  es el espacio, el aire es invisible

  tejido de llamadas y respuestas.

  Animales y cosas se hacen lenguas,

  a través de nosotros habla consigo mismo

  el universo. Somos un fragmento

  —pero cabal en su inacabamiento—

  de su discurso. Solipsismo

  coherente y vacío:

  desde el principio del principio

  ¿qué dice? Dice que nos dice.

  Se lo dice a sí mismo. Oh madness of discourse,

  that cause sets up with and against itself!

  Desde lo alto del minuto

  despeñado en la tarde de plantas fanerógamas

  me descubrió la muerte.

  Y yo en la muerte descubrí al lenguaje.

  El universo habla solo

  pero los hombres hablan con los hombres:

  hay historia. Guillermo, Alfonso, Emilio:

  el corral de los juegos era historia

  y era historia jugar a morir juntos.

  La polvareda, el grito, la caída:

  algarabía, no discurso.

  En el vaivén errante de las cosas,

  por las revoluciones de las formas

  y de los tiempos arrastradas,

  cada una pelea con las otras,

  cada una se alza, ciega, contra sí misma.

  Así, según la hora cae desen-

  lazada, su injusticia pagan. (Anaximandro.)

  La injusticia de ser: las cosas sufren

  unas con otras y consigo mismas

  por ser un querer más, siempre ser más que más.

  Ser tiempo es la condena, nuestra pena es la historia.

  Pero también es el lugar de prueba:

  reconocer en el borrón de sangre

  del lienzo de Verónica la cara

  d
el otro—siempre el otro es nuestra víctima.

  Túneles, galerías de la historia

  ¿sólo la muerte es puerta de salida?

  El escape, quizás, es hacia dentro.

  Purgación del lenguaje, la historia se consume

  en la disolución de los pronombres:

  ni yo soy ni yo más sino más ser sin yo.

  En el centro del tiempo ya no hay tiempo,

  es movimiento hecho fijeza, círculo

  anulado en sus giros.

  Mediodía:

  llamas verdes los árboles del patio.

  Crepitación de brasas últimas

  entre la yerba: insectos obstinados.

  Sobre los prados amarillos

  claridades: los pasos de vidrio del otoño.

  Una congregación fortuita de reflejos,

  pájaro momentáneo,

  entra por la enramada de estas letras.

  El sol en mi escritura bebe sombra.

  Entre muros—de piedra no:

  por la memoria levantados—

  transitoria arboleda:

  luz reflexiva entre los troncos

  y la respiración del viento.

  El dios sin cuerpo, el dios sin nombre

  que llamamos con nombres

  vacíos—con los nombres del vacío—,

  el dios del tiempo, el dios que es tiempo,

  pasa entre los ramajes

  que escribo. Dispersión de nubes

  sobre un espejo neutro:

  en la disipación de las imágenes

  el alma es ya, vacante, espacio puro.

  En quietud se resuelve el movimiento.

  Insiste el sol, se clava

  en la corola de la hora absorta.

  Llama en el tallo de agua

  de las palabras que la dicen,

  la flor es otro sol.

  La quietud en sí misma

  se disuelve. Transcurre el tiempo

  sin transcurrir. Pasa y se queda. Acaso,

  aunque todos pasamos, no pasa ni se queda:

  hay un tercer estado.

  Hay un estar tercero:

  el ser sin ser, la plenitud vacía,

  hora sin horas y otros nombres

  con que se muestra y se dispersa

  en las confluencias del lenguaje

  no la presencia: su presentimiento.

  Los nombres que la nombran dicen: nada,

  palabra de dos filos, palabra entre dos huecos.

  Su casa, edificada sobre el aire

  con ladrillos de fuego y muros de agua,

  se hace y se deshace y es la misma

  desde el principio. Es dios:

  habita nombres que lo niegan.

  En las conversaciones con la higuera

  o entre los blancos del discurso,

  en la conjuración de las imágenes

  contra mis párpados cerrados,

  el desvarío de las simetrías,

  los arenales del insomnio,

  el dudoso jardín de la memoria

  o en los senderos divagantes,

  era el eclipse de las claridades.

  Aparecía en cada forma

  de desvanecimiento.

  Dios sin cuerpo,

  con lenguajes de cuerpo lo nombraban

  mis sentidos. Quise nombrarlo

  con un nombre solar,

  una palabra sin revés.

  Fatigué el cubilete y el ars combinatoria.

  Una sonaja de semillas secas

  las letras rotas de los nombres:

  hemos quebrantado a los nombres,

  hemos dispersado a los nombres,

  hemos deshonrado a los nombres.

  Ando en busca del nombre desde entonces.

  Me fui tras un murmullo de lenguajes,

  ríos entre los pedregales

  color ferrigno de estos tiempos.

  Pirámides de huesos, pudrideros verbales:

  nuestros señores son gárrulos y feroces.

  Alcé con las palabras y sus sombras

  una casa ambulante de reflejos,

  torre que anda, construcción de viento.

  El tiempo y sus combinaciones:

  los años y los muertos y las sílabas,

  cuentos distintos de la misma cuenta.

  Espiral de los ecos, el poema

  es aire que se esculpe y se disipa,

  fugaz alegoría de los nombres

  verdaderos. A veces la página respira:

  los enjambres de signos, las repúblicas

  errantes de sonidos y sentidos,

  en rotación magnética se enlazan y dispersan

  sobre el papel.

  Estoy en donde estuve:

  voy detrás del murmullo,

  pasos dentro de mí, oídos con los ojos,

  el murmullo es mental, yo soy mis pasos,

  oigo las voces que yo pienso,

  las voces que me piensan al pensarlas.

  Soy la sombra que arrojan mis palabras

  México y Cambridge, Mass.

  del 9 de septiembre al 27 de diciembre de 1974

  from

  Árbol adentro

  * * * *

  A Tree Within

  [1976–1988]

  To Speak: To Act

  for Roman Jakobson

  1.

  Between what I see and what I say,

  between what I say and what I keep silent,

  between what I keep silent and what I dream,

  between what I dream and what I forget:

  poetry. It slips

  between yes and no, says

  what I keep silent, keeps silent

  what I say, dreams

  what I forget. It is not speech:

  it is an act. It is an act

  that is speech. Poetry

  speaks and listens: it is real.

  And as soon as I say it is real,

  it vanishes. Is it then more real?

  2.

  Tangible idea, intangible

  word: poetry

  comes and goes between what is

  and what is not. It weaves

  and unweaves reflections. Poetry

  scatters eyes on a page,

  scatters words on our eyes.

  Eyes speak, words look,

  looks think. To hear

  thoughts, see

  what we say, touch

  the body of an idea. Eyes close,

  the words open.

  Bashō-An

  The whole world fits in-

  to seventeen syllables,

  and you in this hut.

  Straw thatch and tree trunks:

  they come in through the crannies:

  Buddhas and insects.

  Made out of thin air,

  between the pines and the rocks

  the poem sprouts up.

  An interweaving

  of vowels and the consonants:

  the house of the world.

  Centuries of bones,

  mountains, sorrow turned to stone:

  here they are weightless.

  What I am saying

  barely fills up the three lines:

  hut of syllables.

  from On the Wing (1)

  Orange

  Little sun

  silent on the table,

  permanent noon.

  It lacks something: night.

  Dawn

  On the sand,

  bird-writing:

  the memoirs of the wind.

  Stars and Cricket

  The sky’s big.

  Up there, worlds
scatter.

  Persistent,

  unfazed by so much night,

  a cricket: brace and bit.

  Calm

  Sand-clock moon:

  night empties out,

  the hour is lit.

  Wind, Water, Stone

  for Roger Caillois

  Water hollows stone,

  wind scatters water,

  stone stops the wind.

  Water, wind, stone.

  Wind carves stone,

  stone’s a cup of water,

  water escapes and is wind.

  Stone, wind, water.

  Wind sings in its whirling,

  water murmurs going by,

  unmoving stone keeps still.

  Wind, water, stone.

  Each is another and no other:

  they go by and vanish

  in their empty names:

  water, stone, wind.

  Between Going and Staying

  Between going and staying the day wavers,

  in love with its own transparency.

  The circular afternoon is now a bay

  where the world in stillness rocks.

  All is visible and all elusive,

  all is near and can’t be touched.

  Papers, book, pencil, glass,

  rest in the shade of their names.

  Time throbbing in my temples repeats

  the same unchanging syllable of blood.

  The light turns the indifferent wall

  into a ghostly theater of reflections.

  I find myself in the middle of an eye,

  watching myself in its blank stare.

  The moment scatters. Motionless,

  I stay and go: I am a pause.

  This Side

  for Donald Sutherland

  There is light. We neither see nor touch it.

  In its empty clarities rests

  what we touch and see.

  I see with my fingertips

  what my eyes touch: shadows, the world.

  With shadows I draw worlds,

  I scatter worlds with shadows.

  I hear the light beat on the other side.

  Brotherhood

  Homage to Claudius Ptolemy

  I am a man: little do I last

  and the night is enormous.

  But I look up:

  the stars write.

  Unknowing I understand:

  I too am written,

  and at this very moment

  someone spells me out.

  I Speak of the City

  for Eliot Weinberger

  news today and tomorrow a ruin from the past, buried and resurrected every day,